Inicialmente, cuando el tomate llegó a Europa gracias a los españoles del Nuevo Mundo, se encontró con un ambiente hostil, pues algunos lo consideraban venenoso. Sin embargo, decidieron cultivarlo de todos modos, tal vez llevados por la curiosidad, y pronto se dieron cuenta de los innumerables beneficios que ofrecía esta fruta: no solo su sabor, sino también sus propiedades curativas, especialmente a nivel digestivo.
Además de en Francia y España, el tomate también se extendió a Alemania durante la primera mitad del siglo XVII, donde se le conoció como "Goldapfel" o "manzana de oro".